Entrevista a la arquitecta Nathalie de Vries, co-fundadora del estudio MVRDV
© Barbra Verbij para MVRDV
«Nuestra forma de vida demanda espacios públicos híbridos, que cada uno use como quiera, como trabajar en el parque»
A.Mahiques/ Nathalie de Vries es la D y la V de uno de los estudios de arquitectura más reconocidos de Holanda, MVRDV. Desde hace más de dos décadas desarrollan proyectos urbanísticos e investigan sobre nuevas soluciones para que más gente viva mejor. Sus espacios públicos, como el Markthal, nuevo icono de Róterdam, sorprenden por su multifuncionalidad; y en sus barrios residenciales apuestan por nuevas maneras de socialización a través de zonas comunes que impresionan por su diseño y donde las comunidades de vecinos recobran el protagonismo. Nueva presidenta del Colegio de Arquitectos de Holanda, Nathalie asegura que su país se enfrenta a un reto decisivo ya que hacen falta más viviendas y las ciudades han llegado a su límite. Momento de cambios, de reflexionar sobre nuestra forma de vida y de levantar una escalera al cielo: el único límite para la arquitectura más innovadora.
Ustedes han desarrollado proyectos en barrios residenciales como el de San Chinarro en Madrid. Al no existir la disposición típica de una ciudad, con su plaza mayor o su calle comercial, ¿cómo logra que los habitantes interactúen y creen comunidad?
Los nuevos barrios residenciales suelen ser mono-funcionales y en ellos la población no está mezclada. Los que viven allí se parecen y eso hace que sea difícil proyectar espacios de interacción. En barrios de este tipo, la relación con el entorno, con lo que rodea al barrio, se pierde, porque son zonas muy urbanizadas. Los habitantes además no suelen tener muchas opciones sobre dónde ni como quieren vivir. Para evitar esto, nuestros clientes holandeses están adelantándose a este problema y empiezan a crear una comunidad de vecinos antes de que el barrio exista. A través de las redes sociales se informa a la gente interesada, se organizan reuniones y se les consulta. Pero no siempre se hace así. En el caso de San Chinarro en Madrid se intentó crear un barrio con viviendas variadas y con diferentes tipologías. En nuestro edificio de El Mirador, quisimos incluir espacios de encuentro entre los pisos. Hicimos un gran balcón en lo alto al que se puede subir y tomar el aire, mirar a las montañas y escapar por un momento de la vida cotidiana. También creamos pequeñas aperturas entre las plantas, inspiradas en la arquitectura de Le Corbusier. Nuestra idea siempre es la de crear zonas, entre la puerta del apartamento y la calle, donde la gente se organice y se reencuentre…y creando comunidades dentro de los edificios se puede activar poco a poco una interacción ciudadana mayor.
Otro de sus proyectos ha sido un barrio nuevo en el norte de Leiden, el llamado Nieuw Leyden. La diferencia entre las viviendas ultramodernas a un lado de la calle y las más modestas y antiguas al otro es impactante. ¿Era este el objetivo del proyecto, el de mezclar a habitantes de distintos contextos sociales y culturales?
Es interesante que menciones este proyecto porque con Nieuw Leyden el ayuntamiento quería reactivar el barrio para que las parejas jóvenes y otras personas no se fueran a vivir a otra parte. Ofrecían parcelas a un precio económico, similar al que encontrarían en otras áreas del norte de la ciudad, y donde se pudieran construir casas de unos cien metros cuadrados. Sólo podían comprarlas los habitantes de esa zona de la ciudad. Además, nos pidieron que entre estas parcelas proyectáramos bloques de apartamentos de vivienda social con el fin de mezclar a la población de distinto nivel económico. No podía haber coches en las calles así que construimos un garaje subterráneo. Pero lo que parecía una iniciativa que favorecía la integración social, muy bien planteada, se volvió en su contra cuando la gente denunció que esas parcelas sólo fueran para los “locales”. Así que lo que ocurrió después es que los primeros que compraron estas parcelas construyeron casas mucho más grandes de lo que estaba previsto y poco después las vendieron a otros habitantes de fuera del barrio a precio de mercado, ganando mucho dinero. Quizás aquí todos pecamos de inocentes porque en este caso se terminó por favorecer a unos cuantos y no al barrio en general. El problema de estos experimentos es que se hacen muy pocos: si sólo se llevan a cabo en un lugar, si no proliferan, el mercado de la vivienda se vuelve loco y el sentido social que hay detrás desaparece. Es una pena.
Edificio de apartamentos El Mirador, en San Chinarro, Madrid. La apertura central y los balcones laterales permiten divisar las montañas y funcionan como espacios comunes para el disfrute de la comunidad.
©Rob ‘t Hart para MVRDV. Cortesía de MVRDV
En Holanda ¿cómo logran combinar la construcción masiva de viviendas con la innovación, que sean muchas, novedosas y a buen precio?
A principios de siglo en Holanda existía una corporación estatal encargada de construir estos nuevos barrios con los que se pretendía sacar de la pobreza a millones de familias. Cuando nosotros empezamos en los ochenta, esta corporación invitaba a jóvenes arquitectos a participar en los proyectos. Y era algo realmente beneficioso para todos porque para nosotros, que empezábamos, esta oportunidad era un trampolín para darse a conocer mientras que para el Estado era una manera de innovar sin invertir demasiado. En los ochenta ya construimos un millón de viviendas y ahora tenemos otra vez el mismo reto: en los próximos cinco años hay que construir 70.000 viviendas cada año. Porque faltan, somos demasiados, y las ciudades ya no pueden expandirse más.
¿Pero dónde y cómo?
Esa es la gran pregunta. Para muchos expertos sí quedan zonas deshabitadas donde poder construir pero otros argumentan que el principal problema no es donde sino el tipo de vivienda que se tiene que construir, porque los holandeses prefieren viviendas unifamiliares, más grandes o más pequeñas, y esa tipología típica ocupa más espacio que un piso. Yo opino que aunque se puede seguir haciendo estas casas en tamaños cada vez más compactos, la solución está en cambiar el paradigma. Holanda y sobre todo el Randstad se ha convertido en una gran área metropolitana y el concepto de vivienda tiene que cambiar. Quizás se pueden ofrecer espacios más pequeños, con las mismas calidades que antes, pero junto a grandes parques donde los holandeses puedan seguir haciendo su barbacoa en lugar de tener un trocito de jardín particular. Buscamos un nuevo equilibrio en un momento complicado, en el que la desigualdad social es mayor que antes, la inmigración juega un papel crucial en el crecimiento de la población y el Estado prefiere que el problema lo resuelvan los ayuntamientos. Algo habrá que hacer, de eso no hay duda, pero el qué y quién lo liderará no está tan claro.
Además existe el problema añadido del agua, porque en esta región del Randstad el suelo se está hundiendo por esta construcción masiva…
Lo curioso es que en Holanda no hay discusión sobre esto. Se puede discutir sobre energía, sostenibilidad, pero el control del agua nunca ha sido un problema. Cada barrio que se construye tiene que tener un depósito cerca que recoja el agua en caso de crecida. Y en Róterdam tenemos ejemplos muy buenos de estas iniciativas como una plaza con una fuente que sirve a su vez de depósito en caso de fuertes lluvias. Los holandeses tenemos muy claro que si queremos vivir aquí tenemos que darle al agua el espacio que le quitamos con la construcción. Y en cuanto al terreno que se hunde, técnicamente hay soluciones para seguir edificando sin problema. El Markthal, por ejemplo, ¡está cuatro niveles por debajo del nivel del mar!
Su propuesta de las granjas de cerdos en altura, la Pig City ¿podría contemplarse en un futuro para atajar el problema de la masificación?
¿Por qué no? Hoy en día las granjas de cerdos en Holanda son un problema para la gente que vive cerca. La fiebre Q, el mal olor y el consumo creciente de carne nos llevó a plantear un nuevo modelo de granja: apartamentos para cerdos, en torres construidas en el puerto, lejos de las viviendas. Los cerdos vivirían mejor, no estarían confinados y nadie sufriríamos los olores. Estos estudios que hacemos son nuestra forma de invitar a la reflexión, a través de imágenes que nos hagan repensar nuestros hábitos de consumo y el tipo de vida que llevamos, preguntándonos: ¿cuántos cerdos hay que criar para responder a la demanda de carne?. Es como si paralelamente a nuestra sociedad humana estuviéramos creando otra igual de inmensa pero de animales de granja.
Pig City, uno de los estudios urbanísticos diseñados por MVRDV para resolver el problema de la alta densidad y la cría de animales ©MVRDV
Vive en Róterdam, una ciudad que tuvo que ser reconstruida después de la Segunda Guerra Mundial ¿qué ha aprendido de su experiencia de vivir en una ciudad así?
Yo crecí en una zona rural en el norte de Holanda. Cuando vine aquí por primera vez en los años ochenta me gustó de Róterdam lo espaciosa que era, sus rincones desde los que se puede ver el horizonte. Pero también era un lugar en el que cada uno debía buscar su sitio. Se notaba que después de la guerra la ciudad había crecido por partes y para ir de un barrio al otro había que caminar por calles abiertas, ventosas, que no eran nada agradables. Algunos dicen que Róterdam es así porque surgió de la unión de varios pueblos pequeños. Y la ciudad se rediseñó en los años cincuenta siguiendo el modelo americano. Ahora los barrios están mucho mejor conectados entre sí, ya no hay tantos espacios tan desoladores, pero sin duda el siguiente paso que tenemos que dar es hacia la creación de más zonas públicas. Todavía sigue siendo una ciudad para coches y la gente que vive en el centro tiene muchas tiendas y cafeterías pero faltan parques, zonas verdes…
Y en este sentido participaron ustedes con el Markthal, que ya es un icono de la ciudad…
Sí, sin duda, esta es una de las funciones principales del Markthal, servir de espacio de encuentro de la gente que va a tomarse algo allí. La idea es la misma que la de los mercados de las ciudades españolas pero a otra escala. Los holandeses tenemos una tradición urbana de pequeñas y medianas ciudades y no sabemos aprovechar lo que una gran ciudad puede ofrecernos. Vosotros en España sí tenéis este tipo de ciudades más grandes, estructuradas desde un centro y donde la gente hace mucha vida en la calle. En nuestro estudio siempre hemos trabajado imaginando estas nuevas interacciones, en ciudades donde la gente no sólo se vea en las casas después de planearlo cuidadosamente en la agenda, como ocurre en nuestra cultura. Ahora queremos plantear espacios híbridos, lugares que sirvan para todo, donde nosotros los arquitectos creamos volúmenes con algo aquí o allá y que cada uno lo use como quiera. Y nos gusta pensar en propuestas híbridas, en las que un espacio sirva para muchas cosas. Sería ir un paso más allá del concepto del Markthal, donde los apartamentos y el mercado está bien definidos. Por ejemplo, una idea puede ser un parque que a su vez funcione como lugar de trabajo, con wifi y rincones donde la gente pueda reunirse. Es un intento de reflejar nuestra forma de vida actual, en la que nuestras funciones se entremezclan, trabajamos en casa y llevamos el ocio al espacio de trabajo. Todo está mezclado.
De izqda a dcha: Fachada del Markthal al atardecer ©Ossip van Duivenbode / Interior de uno de los apartamentos de dos habitaciones en la cara norte del Markthal, con vistas a la Laurenskerk ©Daria Scagliola/Stijn Brakkee. Abajo de izqda a dcha: Vista del mercado desde las ventanas de uno de los apartamentos de una habitación ©Ossip van Duivenbode / Stairs to Kriterion, para conmemorar el 75 aniversario de la reconstrucción de Róterdam ©Frank van Dam/MVRDV. Cortesía de MVRDV
Con el cierre de los almacenes V&D y el auge del comercio electrónico, ¿qué pasará con el centro de las ciudades holandesas?
Las grandes ciudades no me preocupan porque no creo que las tiendas del centro quiebren, sigue habiendo mucha gente que acude a ellas. Pero el problema existe con las ciudades más pequeñas donde ya se ven calles comerciales medio vacías. Yo vivo cerca de una de ellas y siempre que paso por la calle principal me pregunto si no se podrían reconvertir estos locales en viviendas, beneficiaría a todo el mundo. Pero los propietarios de estos locales no quieren porque el valor de su propiedad baja mucho si se vende como vivienda y no como comercio. La única solución es que la crisis sea tan grave que el valor caiga por sí solo. Eso lo hemos visto en el caso de las oficinas: con la última crisis, los propietarios de muchas oficinas no tuvieron otra opción que reconvertirlas en viviendas. Y otra pregunta es si ir de compras es la única forma de relacionarse. No lo creo. Nosotros hemos construido una biblioteca, la Book Mountain, que funciona también como un centro social y cultural. Otra vez se trata de buscar nuevas formas de vida, menos compartimentadas. Y otra tendencia que puede ayudar a reactivar esto y que está despuntando en todas partes es el culto a la comida. Los españoles ya lo teníais en el centro de vuestras vidas pero nosotros no. Los foodies, estas nuevas comunidades de amantes de la buena comida que han aparecido en todas partes, desde Nueva York a cualquier capital europea…son lo que llamamos los nuevos colectivos y ellos, como muchos otros, son los que pueden transformar las ciudades.
Vuestro estudio trabaja desde hace décadas en China, ¿cuáles son las diferencias principales de trabajar para una economía emergente, tan poderosa como la china, y Europa?
En algunos aspectos van muy por delante de nosotros, sus ciudades son inmensas y el ritmo de crecimiento es muy rápido. Eso es algo a lo que hemos tenido que aprender a adaptarnos, a trabajar a una velocidad que aquí en Europa sería impensable. Actuar rápido es muy estimulante. Y lo que ellos buscan en nosotros es precisamente lo contrario: quieren conocer cómo han evolucionado nuestras ciudades, nuestras tradiciones y nuestra herencia cultural. Desde la revolución cultural, China ha cambiado tanto en tan poco tiempo que no les ha dado tiempo a parar y a reflexionar sobre el modelo de ciudad que buscaban. En veinte años, algunas ciudades pasaron de tener 30.000 habitantes a varios millones. Es como una olla a presión. Pero hay una nueva generación de jóvenes arquitectos que aprende muy rápido y están importando muy bien nuestras ideas.
Por lo que cuenta se podría hacer un símil de la velocidad de crecimiento de China con la de su estudio, que también en 25 años ha pasado de unos pocos arquitectos a nada menos que 140. Ahora que además se mudan de oficina, ¿está viviendo un momento crucial en su carrera profesional?
Sí, la verdad es que es un momento especial. Además este año como presidenta del Colegio de Arquitectos de Holanda me enfrento a un reto nuevo. Cuando empecé en esto no podía ni imaginar que llegaríamos hasta aquí. Teníamos una idea de lo que buscábamos, de querer traspasar fronteras, pero no de que llegaríamos tan lejos. La globalización y los cambios de la sociedad, la digitalización, nos ha favorecido mucho. Además, ahora que hablamos del pasado, mis comienzos no fueron aquí sino en Barcelona. Los tres hicimos nuestras prácticas de la carrera en España. Quizás de ahí nos viene nuestra obsesión por los espacios públicos y la vida en la calle.